domingo, 28 de octubre de 2012

Una singular camarada (III)

Mi singular camarada, o como yo cariñosamente y esbozando una sonrisa la llamo, churri.
Siempre me pregunto porqué nunca nos besamos, es decir, muestras de cariño tenemos las justas. No son necesarias muchas palabras de aprecio, aunque se que nunca están de más, para saber que ella me quiere y me aprecia casi tanto como yo la quiero a ella. Te prometo que, aunque escasos, mis abrazos son sinceros y además de éstos que dices no me sueltes, me siento tan tranquila entre ellos.
Te conozco desde que me conozco, y sigues siendo la misma niña tímida y risueña de hace ya unos cuantos, pocos, años.
Ella tiene el pelo largo y rubio y unos ojitos verdes que se hinchan cuando llora. Gesticula cuando habla, y más si se enfada, aunque me esté echando la bronca yo la miro, me río y le digo no puedes hacerlo, no sabemos hacerlo; creo realmente que nunca hemos llegado a estar enfadadas, aunque si distantes, pero de eso ya no quiero hablar.
Ella además me comprende mejor que nadie, entiende que no sepa estar seria ni cuando me cuenta sus "cosillas", y no me lo replica; ella entiende que se toma las cosas en serio y yo, seriamente hablando, demasiado poco.
Nos complementamos, una especie de yin de mi yang, ella calla todo lo que yo hablo, y ríe todo lo que yo lloro. Ella es mi amiga, mi pequeña, aunque bien se que yo no sea la suya.
Con ella empezó todo, por ella estoy escribiendo esto ahora. Por la sonrisa que tendrá en la cara ahora mismo, por todo esto y por más, te quiero.
No te lo digo todos los días y si lo hago tal vez parece que no lo digo en serio pero créeme  eres la mejor y te quiero, te quiero, te quiero. No cambies, sino es para superarte.



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