Me encontraba
en la terraza de mi casa, viendo como las luces del pequeño pueblo de costa
donde me encontraba apagaban las luces al ver salir al sol del horizonte. Me
gustaba ver como el silencio se acomodaba en cada esquina de cada calle de la
cuidad, como los sueños de cada persona corrían por las callejuelas para poder
ser cumplidas. Pero lo que mas me gustaba era ver los rayos de sol llegaban a
cada flor, árbol o césped de cada jardín y bosque, ver como se juntaban con las
gotas del alba formando así un pequeño arcoíris que pocas personas veríamos, el
oír las olas del mar pegando a las rocas y acariciando la arena de la playa y a
la vez acompañada del aire, que poco a poco llegaba de un empujón a el pueblo,
entrado y quedándose en mis viejos huesos que de pronto me hacen temblar de frió.
Ya esta
el gallo cantando y con el las primeras personas que salen a la calle, que hacen
que el silencio se borre de las esquinas y cambiandolo con la alegría de los
niños, el ruido de las tiendas locales abriendo.
Desayune
rápido y como todos los días fui a comprar, pero esta vez mayor cantidad mis
nietos e hijos venían a pasar unos días conmigo, baje a la calle principal
donde estaban las pequeñas tiendas.
-Primero
la fruta, después la carne y que no se me olviden la pasta (dije para mi misma)
Al
llegar a casa de la compra, me puse rápidamente en la cocina faltaban escasas
horas para que llegaran, en aquel momento mis huesos no pudieron aguantar mas y
entonces caí al suelo como si de una misma pluma se trátese.

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Pensamientos calamocanos